“¿POR QUÉ SIEMPRE ME DEJAS MARIANA?”
No puedo ni recordar lo que me
hizo, pero ahora duerme. Parece muy tranquilo, está soñando. Cuando termina se
duerme sobre mi pecho, respira muy profundo, suspira y se duerme, casi que se
desmaya. Se ha vuelto un hábito de Él, yo resisto lo más que puedo, pero hoy me
sienta mal sentirle el latido del corazón sobre mi vientre. Hoy no puedo. Me
duele demasiado el corazón como para soportarle, con todo su peso sobre mí.
Trato de retorcerme un poco para que se mueva, poco a poco se desliza un tanto
hacía un lado. No es suficiente, Él es mucho más grande, alto y pesado, yo
siempre fui más pequeña, siempre más débil y encima un tanto torpe, no puedo
contra semejante fuerza, no pude buena y sana, menos ahora enferma, hambrienta
y débil. Todo este tiempo aquí dentro ha hecho una mella profunda en mi cuerpo.
Encima de mi dolor, tuve que
fletarme el martirio de que todos me dijeran cuánto les importaba Javier y lo
mucho que iban a estar ahí para mí. Mi tía Nilda se llenó la boca diciendo que
él iba a ser un gran artista, cuando pasó años haciéndolo menos, burlándose.
Llegaron Josué y sus papás, hasta me abrazaron, casi se me sale una risa cuando
Josué me dijo que podía recurrir a él para lo que fuera. Pablo no se separó de
mí en ningún momento, todo el tiempo haciéndose el buen hijo, preparando café,
trayendo pan, ayudando a mi Abue, consolando a mi mamá llorándole a Javier
sobre el ataúd. A la noche yo me quedé a dormir en el cuarto de mi tía Concha
porque ya no tenía fuerzas, cuando recobré consciencia ya lo tenía sobre de mí,
él ya ni traía nada de ropa, ahí se le olvidó todo lo del buen hijo, todo lo
amable y dadivoso que era, para hacerse de mí en un momento tan doloroso no
tuvo empacho. Todavía tuvo los huevos de decirme: “es que así yo te demuestro
mi amor” antes de vestirse y salir caminando sin un ápice de vergüenza.
No hay más que llorar, no hay más
que sufrir, te entiendo Fantasma. Yo finalmente después de estar horas
arrastrándome bajo de Él, puedo liberarme, me impulso como puedo hasta la
esquina más lejana del cuarto, cuando siento que me jala violentamente por el
tobillo, me grita: “¿Por qué siempre me dejas Mariana? ¿por qué nunca quieres
estar conmigo?” Él se larga a llorar, lo intenta, pero no puede contenerse y yo
lo intento y tampoco puedo, lloro con Él y el fantasma con nosotros.
Él se acerca conmigo, me cobija y
me abraza.
Lloramos. Los tres lloramos.