“¡SALÚDAME BIEN!”
Track, rack, crack
Track la primera, rack la segunda, crack la tercera y luego
el riiiiiiiikk del rechinido final.
No lo veo, la vista se me hace
niebla, la mente se me hace humo, estoy pero no estoy, no quiero estar. “Me
hiciste mucha falta Mariana”. Pero yo no digo nada, me levanta de los hombros y
me azota contra la pared; como si no pesara nada, a lo mejor ya no peso nada.
“¡Te estoy hablando!” pero a mí no me salen las palabras, estoy buscando
fuerzas de adentro de mí, de verdad que lo intento, nomás no me salen. Es como
si todas las veces que me ha pasado esto, ocurrieran todas juntas, al mismo
tiempo. Es una pesadilla en la que quiero gritar y no puedo, de una manera
mucho más retorcida, porque quiero complacerle y no me sale. Me levanta sobre
sus hombros como si no pesara nada, a lo mejor de verdad no peso ya nada; me
deja caer con fuerza hasta el suelo, es tanto que hasta reboto y sólo puedo ver
ruido blanco en mis ojos, escucho un zumbido agudo y siento un hormigueo fuerte
en mi cabeza. Las lágrimas se me salen, aunque casi no las siento, me saben en
la boca, saladas, amargas. Creo que empiezo a ver, es la negrura del techo.
Estoy boca arriba, hago un poco
de fuerza, sus rodillas están en mis hombros; casi no puedo respirar, lo veo de
frente, aunque no puedo verle bien, está sudando, no trae camisa y el sudor
hace que le brille un tanto la piel en la obscuridad. “¡Salúdame bien!
¡salúdame bien chingada madre! ¿así me vas a tratar pendeja hija de puta?
¿después de todo lo que hago por ti? La de veces que te hubieran matado, la de
veces que he impedido que te arranquen la puta cabeza, es por mí Mariana, por
mí que todavía tienes la cabeza pegada y los ojos adentro. ¿y no puedes ni
saludarme, malagradecida?”
Es revivirlo todo de una sola.
Después de lo de Josué ya no caí en gracia de mucha gente, el perverso fue él,
pero la castigada fui yo. Yo quería mucho a Pablo, él y Javier eran de la misma
edad, sentía que era mi otro hermano, porque siempre estábamos juntos los
cuatro. Javier me dijo que no me fijara, que a veces la gente se porta así
porque no quieren ver lo que son las cosas. Pero con Pablo la cosa no era así,
era distinto. A la siguiente navidad nos fuimos al rancho de mi abue, porque
era lo que hacíamos. Somos muchos así que siempre había un alboroto, que la
comida, que quién le va a dar de comer a los pollos, que vayan a sacar las
chivas de su corral. Pablo no había dirigido la palabra en ningún momento, yo
sentí que seguía enojado conmigo porque Josué era su amigo. En un momento a mí
me mandaron al corral donde mi abue tenía las conejeras, cuando me di la vuelta
Pablo estaba atrás de mí y cerró la puerta. Se veía enojado, con la cara roja,
a mí me dio miedo. Caminó derecho hasta donde yo estaba, desbocado, con sus
manos en mis hombros me azotó contra la lámina de la pared y me dijo “¡salúdame
bien! te sientes mucho porque ya te las das de zorra. ¡Pero a mí me vas a
saludar!” En esa ocasión tampoco pude hacer nada, él era mucho más grande que
yo, más alto, más fuerte; además que no podía ni creer lo que me estaba
pasando. Yo a Pablo lo quería mucho, era mi favorito de todos, siempre me hacía
reír, me cuidaba. La conmoción me dejó helada, mis manos eran de hielo,
temblaba. “Quítate la blusa, como no te la quites te meto un putazo en el
estómago” Yo sólo movía la cabeza diciendo que no, pero no emitía sonido. Yo
traía un vestido largo y un suéter, él me jalaba del cabello mientras me lamía
el cuello y la oreja, me subió el vestido y con su pene se talló entre mis
muslos. Sentí cuando acabó porque mi vestido se mojó, me besó en los labios, se
subió los pantalones y me dijo: “si dices algo, nadie te va a creer, nomás te
digo que te acuerdes que eres mía ¿entendiste? ¡para mí! Como te vuelvas a
meter con Josué así te va … y no se te olvide, Salúdame bien”.
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