Carta 14
8 de Mayo
Hoy
no me desperté sudado, ni llorando, ni con la garganta seca. Hoy no me hizo
molestia el cantar de las gotas de lluvia en la ventana. Mi vida se volvió desierto,
pero ahora me parece María que sólo se hace silencio. A lo mejor por fin se me
ha hecho un callo grueso en la boca del ardor que ha dejado el siniestro dulzor
de tu aliento sobre mis labios. Por eso puedo beber del fuego de tu recuerdo
esta mañana, porque ésta mañana el sonido de tus pasos al subir al tren me
suena menos a plomo y más a nube. Ya tengo un callo para que no me haga
pedazos.
Aunque
tu fantasma insista en perseguirme a lo largo del día ¿cómo me doy a entender?
Aunque tu fantasma me persiga incesantemente; al menos tu fantasma es un poco
que puedo conservar de ti. De los momentos que corren por mis venas y del aroma
de todas tus sonrisas de verano.
Es
lo que me queda de ti María: tu fantasma acosándome a lo largo de las horas.
Llenando mis noches de terrores y angustias, mis sueños de pesadillas y mi
vacío de ti… con un poquito de tortura, que de cierta manera es tuya. Yo
volvería hacerlo todo, todo una y otra vez María. Las metidas de pata, las
peleas innecesarias, las escapadas y aventuras fuera de tu ventana. Esas
reuniones secretas atrás de la panadería y todas las mentiras que tuvimos que
decir para seguir bebiéndonos los labios un poco más. Yo volvería a vivirlo
todo, incluso volvería a verte subir a ese tren con tal de besar tus labios una
vez más, me arrastraría por este infierno de nuevo si eso me diera la bendición
de tenerte en mis brazos. Pasaría por esto mil veces si con eso te tuviera
cerca un poco más. Tenerte a ti y no únicamente el espectro fantasmal de todos
los sueños que murieron cuando te fuiste, las almas de los hijos que no tuvimos.
Se siente como un costal de carbón que llevo a cuestas colgado al cuello, oscila
entre la ira y el pánico, pero jamás lo puedo desamarrar. Siento que soltar ese
peso es como soltarte a ti. Es dejarte atrás. Yo no puedo dejarte atrás. No
puedo desprenderme de ti y así tenga que verte subir a ese tren cien veces yo
no te suelto. Estás en mí, en mi mente, en mi aliento, en la luz de mis ojos,
en la sangre que corre de mis labios, en mis pesadillas y en cada poro de mi
piel. ¿Cómo se arranca uno el alma de la noche a la mañana María? No se puede.
Yo
me quedo prendado de tu fantasma y tú haz de andar viviendo la vida de reina
ricachona con todos esos cachivaches que yo jamás podría comprarte con mi
sueldo miserable de periodiquero. Vas a tener hermosos niños con mejillas
sonrosadas que jamás tendrán sus pantalones parchados y calzones remendados.
Que no andarán descalzos brincando en charcos de lodo después de las lluvias de
verano. Que no comerán un bolillo remojado en chocolate, porque no alcanza pa
otra cosa; cuando el invierno cala frío. ¡Qué van andar sabiendo tus hijos de
la renta! De que no hay agua o que hay que prender el fogón.
Juan
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