El rey tuvo tres hijos
el mayor era ilegítimo.
El segundo de la reina,
único
primero y favorito.
Juanito era el bastardo
De cara pecosa que lo dejaba
muy claro.
Por las noches la reina lo
miraba
mientras el pobre soñaba.
A ella le confortaba el sueño
de rebanarle la garganta
Darle de comer a los perros
La carnita suave de su cara
De no verle más y no verle
nunca.
“¡Mátalo! ¡Mátalo al bastardo!
Que ni un rastro sólo quede.
Si no lo ha amamantado mi pecho
¡que lo entierren en la nieve!”
A los guardias del palacio en
secreto les pagó,
para que pierdan a Juanito
y se vuelva un mito entre las
voces del rincón.
Que las horas que respire,
se
hagan cortas, se hagan nada.
Dejen sus ojos cerrados ya por
siempre bajo las palas.
Que los diablos del infierno
se rían de sus hazañas.
Lo devoren a jirones su
carnita pecosa y blanca.
Fuertes los pasos por los
pasillos resonaban.
Puñales y afiladas navajas
Desfilaban de una en una
Como caer de una cascada.
Azotes de puertas y un llanto
cayado
Pues cuál fue su sorpresa
Al encontrar al rey sentado
Esperando su asistencia.
Ahí murieron todos y cada uno,
Sin chistar ni sombra
Y ahora camina, camina
alegremente la reina.
Camina por los pasillos del
palacio
Cargando su cabeza por la alfombra.
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