Carta 16
8 de Agosto
Después de mucho tiempo, después de creer que ya te
había dejado atrás, anoche volví a soñar contigo María, volví a llamarte, volví
a rogarte, volví a anclarme desesperadamente de tu falda. Tenía que competir
contra él, por recuperar tu amor. Yo, en mi estado actual, más cadáver que
persona, arrugado y desvanecido, contra él, fuerte, joven, rico, con dientes
blancos, sonrisa carismática y el mundo por delante. Perdí de nuevo, perdí una
y otra y otra y otra vez, cada día que pasa sigue el evento de perderte constantemente,
de dolerme tu ausencia, de repasar los tenues lunares en tus mejillas rosas, de
ahogarme en el suéter que dejaste olvidado en la silla, para sentir que al
menos en esas diminutas partículas de ti, aún te encuentras conmigo.
Es que yo ya no soy nada de la persona que tú
creías que yo era. Sin ti, sin tu sonrisa cálida y tus brazos abiertos, yo sólo
soy una pila de cenizas que no termina de desmoronarse. ¿Es que dime, cómo se
cura uno de la adicción a ser feliz?
¿Me piensas, aunque sea un poquito? ¿Te duelo
aunque sea casi nada? ¿Queda algo de mí, ahí en un rincón de tu memoria? Porque
yo sufro todos los minutos del día, cuando trato de tomar tu mano y caigo en la
cuenta de que no estás ahí y más nunca estarás. Se me hace pedazos la vida, una y otra y otra
vez. Por más rabia que tenga, por más que llore hasta que las fuerzas se me
acaban, no puedo ni odiarte, no tengo ni el consuelo de guardarte rencor, de
ahogar tu recuerdo en odio y resentimientos. Cada que me viene a la mente
destrozar tu recuerdo con amarguras, me llega la visión de tu sonrisa, de todos
los besos que nos dimos, del brillo de tus bellos ojos mirándome únicamente a
mí y por unos pocos segundos me regreso a ser el rey del mundo, parado en la
cima más alta. Y luego me vuelvo a caer, azoto contra el suelo escarpado
perforándomelo todo. Y muero, sí que me muero repetidas veces. Lo que queda de
mí, no es más que ceniza, sangre y lágrimas violentas, no hay sueños, no hay
risas, sólo la tierra estéril de lo que alguna vez fue un hombre, el hombre al
que tú amabas.
Si de algo a nada ha valido mi existencia, es que,
de todos los mundos, de todas las líneas temporales que han habitado el tiempo,
de todas las vidas que pude haber vivido; tuve la gracia, la fortuna de
coincidir contigo, al mismo tiempo, en el mismo mundo, y no conforme con eso,
tuve la inmensa dicha de amarte y que me amaras. Hay millardos de millones de
hombres en este mundo, hombres mejores, hombres más ricos, más inteligentes, y
definitivamente mucho más guapos, pero ninguno, óyeme bien, ninguno ha tenido
la dicha de ser amado por ti. Ni siquiera el hombre con el que vives hoy, el
que puede decirse tu marido, el padre de tus hijos, el que duerme a tu lado
todos los días. Y esos, es la propia tragedia de aquel desdichado, que, en su
batalla contra mí, ha perdido mucho más, de lo que yo jamás podré perder, porque
yo te tuve alguna vez María, te amaba y me amaste, tú me amaste.
Juan.