Carta 3
Enero 20
María:
Hoy
me desperté soñando contigo. Todo lo pasado era una pesadilla, estabas sentada
en la mesita junto a la ventana tomando tu café de la mañana. Todavía en bata y
con el libro en las manos, ese que tanto te gusta, ese que te trajeron de París.
Me sonreías, yo te veía inmóvil. Entonces hablaste sin decir nada y yo desperté
de verdad. Solo, en la cama sucia y aferrado al abrigo que dejaste olvidado. Me
senté en la cama y me puse a llorar un rato, ya es un hábito muy arraigado como
para nada más dejarlo.
Hoy
hice algo diferente, me duché y hasta me afeité la barba. Fui al periódico y
tenía muchos pendientes que pudieron mantenerme lejos de tu recuerdo como
una media hora. Después todo fue la tortura de aguantarme las ganas de
pegarme un tiro y acabar con todo. Se hizo más difícil cuando al salir del
periódico me topé con un balcón abierto en la plaza San Javier, estaba la del
Reloj; tu favorita. Ahí si sentí que me
moría y como dice la misma canción “mi vida se apaga”. Me hizo escucharte en mi
mente, era casi como tenerte de frente. Tú sí te fuiste para siempre, yo sin tu
amor de verdad que no soy nada.
Hoy
casi me muero María. Casi me mato. Son demasiados recuerdos, así como chacharas
tengo regadas en el cuarto. Ya se murieron todas las macetas, así me quería
morir yo. Soy cobarde hasta para eso, a lo mejor no cobarde pero sí perezoso.
Eso de morirse implica esfuerzo que yo no tengo, a lo mejor un día de estos y
sí. Si pude darme un baño hay oportunidad de que halle fuerzas para matarme.
Hoy
después de quedarme quieto una hora en San Javier ahogado por los ecos del
Reloj, me puse a caminar por la calzada y me moría de frío, se he hizo de noche
y ni me di cuenta. Me topé con la fuente donde me esperabas los domingos. Hasta
sonreí. Te veías tan bonita con tu vestido azul, te resaltaba los ojos y cuando
bailábamos volaba como un navío. No se me olvida como nos veían todos cuando
caminábamos por la calzada de la mano. Tú eras demasiado, eras increíble y yo
era no más que una rata. Como si una palomilla se enamorara de un pavorreal.
Éramos como la paloma que se dormía en el
mismo nido que la urraca allá en el quiosco de San Juan, así de imposible, así
de improbable.
Hoy
llegué a casa María, otra vez sin ti. El reloj no se detuvo. Igual que la
urraca a la paloma, mis impulsos de ser yo te llevaron a volar a otros cielos.
Juan.
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