viernes, 22 de marzo de 2019

CARTAS A MARÍA: CARTA TRES





Carta 3

Enero 20

María:

Hoy me desperté soñando contigo. Todo lo pasado era una pesadilla, estabas sentada en la mesita junto a la ventana tomando tu café de la mañana. Todavía en bata y con el libro en las manos, ese que tanto te gusta, ese que te trajeron de París. Me sonreías, yo te veía inmóvil. Entonces hablaste sin decir nada y yo desperté de verdad. Solo, en la cama sucia y aferrado al abrigo que dejaste olvidado. Me senté en la cama y me puse a llorar un rato, ya es un hábito muy arraigado como para nada más dejarlo.

Hoy hice algo diferente, me duché y hasta me afeité la barba. Fui al periódico y tenía muchos pendientes que pudieron mantenerme lejos de tu  recuerdo como  una media hora. Después todo fue la tortura de aguantarme las ganas de pegarme un tiro y acabar con todo. Se hizo más difícil cuando al salir del periódico me topé con un balcón abierto en la plaza San Javier, estaba la del Reloj; tu favorita.  Ahí si sentí que me moría y como dice la misma canción “mi vida se apaga”. Me hizo escucharte en mi mente, era casi como tenerte de frente. Tú sí te fuiste para siempre, yo sin tu amor de verdad que no soy nada.
Hoy casi me muero María. Casi me mato. Son demasiados recuerdos, así como chacharas tengo regadas en el cuarto. Ya se murieron todas las macetas, así me quería morir yo. Soy cobarde hasta para eso, a lo mejor no cobarde pero sí perezoso. Eso de morirse implica esfuerzo que yo no tengo, a lo mejor un día de estos y sí. Si pude darme un baño hay oportunidad de que halle fuerzas para matarme.

Hoy después de quedarme quieto una hora en San Javier ahogado por los ecos del Reloj, me puse a caminar por la calzada y me moría de frío, se he hizo de noche y ni me di cuenta. Me topé con la fuente donde me esperabas los domingos. Hasta sonreí. Te veías tan bonita con tu vestido azul, te resaltaba los ojos y cuando bailábamos volaba como un navío. No se me olvida como nos veían todos cuando caminábamos por la calzada de la mano. Tú eras demasiado, eras increíble y yo era no más que una rata. Como si una palomilla se enamorara de un pavorreal.

 Éramos como la paloma que se dormía en el mismo nido que la urraca allá en el quiosco de San Juan, así de imposible, así de improbable.

Hoy llegué a casa María, otra vez sin ti. El reloj no se detuvo. Igual que la urraca a la paloma, mis impulsos de ser yo te llevaron a volar a otros cielos.


Juan.



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