Carta 4
Enero 29
Hace
mucho tiempo que por muy borracho que ande no me río de nada. Ni de los pleitos
de otros borrachos en la cantina de Pancho ni del sermón del Padre en el atrio. Nada, así como yo, nada.
Hoy
vi a tu madre de camino al periódico, estaba abriendo la panadería y barriendo
la calle. “Buenos días Juan” y no me quedó más remedio que responder “Buenos
Días Doña Alma”. Desde que te subiste al tren no había tenido contacto más
incómodo con la vida. Tu madre nunca me
quiso y yo bien lo sé, mira que no es secreto para nadie. No soy pendejo María;
ella tuvo mucho que ver con que te fueras con él. Y algo de razón tuvo, porque
él te dará casa y sustento, te puede comprar vestidos y macetas repletas de
flores. ¿Qué vida te pude haber dado yo? Sino la misma de ella, la de mujer
trabajadora del vulgo, con las manos resecas de lavar, con las rodillas
raspadas de moler en el metate, con ojeras oscuras de pasar horas a luz de vela
zurciendo calcetines.
Sí,
así hubiera sido. No más que vida obrera, llena de pantalones rotos y ropa
remendada, un sólo par de zapatos y frijoles en la comida. Así hubiera sido
vida mía, puros paseos en la alameda sin comprar nada y viendo a los hijos de
los ricos con sus raspados de limón. Vivir entre pobrezas y apuros, tú cubierta
de harina de cocina y yo de tinta de periódico. Con chiquillos felices y correlones, mugrosos y
remendados, pero con sonrisas de luz como la tuya.
Porque
cuando hay amor hasta con dormir debajo de una higuera… a lo mejor no había
amor y ya.
Hubiera
dado mi vida por esa sonrisa tuya, de cierto modo la estoy dando. Yo aquí en este abismo profundo y tú allá arriba,
iluminándolo todo, regodeándote de todo aquello que deseabas. Un jardín, una
casa tuya, criada para no tener que rasparte las rodillas fregando pisos. Ropa bien almidonada y hasta un radio.
No
te perseguí ni me colgué del tren porque era por tu felicidad, por muy vana que
parezca tu sonrisa aunque frívola me vale más que la vida entera para mí. Me moriría otra y mil veces con tal de que tú
sonrieras. Me pudro y retuerzo con mi dolor y todo con tal de que tú no te
duermas en un catre viejo el resto de la vida.
Juan.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario