Carta 2
Enero 4
¿Te
acuerdas María cuando cantaba tu canción? Siempre sonreías con esos ojos tuyos
tan verdes como la vida. Todos te miraban y tú sólo me veías a mí. Nunca creí
que te perdería, jamás pensé que me dejarías a hundirme con el barco.
Se
acabó, lo sé. Me lo dijiste “Se acabó”.
No
te odio, yo sabía que tú eras para volar alto y yo namás sirvo para arrastrarme.
Aunque no me creas yo lo sabía y me quedé de todas maneras. Hubo muchos que
hubieran dado todo por tomar tu mano aunque fuera un día. Eras demasiado ¿no?
Tu
atención fue un regalo de Dios, no lo
dudo. Lo mejor que me ha pasado y pasará. Tú verás crecer a esos hijos que casi
fueron míos, al hombre que te tiene y puede darte el sol y el mundo para que
los pongas en tu ventana. Quizá en todos esos esplendores veas un bicho
insignificante que te recuerde a mí. Y pensar que ayer apenas sonreías entre
mis brazos y me decías “Te quiero”. No, no, no fue ayer. Fue hace más de un
año, no; tres años ¿o eran 10?
Ya
no soy capaz de medir el tiempo María, ya me olvidé de quién soy y lo que sí es.
Antes
de ti no había nada, nada de nada. Pura oscuridad
y silencios. Trato de recordar, quién era yo, qué pensaba y qué sentía pero no
puedo. Creo que yo nací esa tarde de verano y me morí cuando te subiste al
tren.
Ya
no sé si lo que queda de mí en realidad
existe o me lo estoy imaginando, es que me duele tanto todo el cuerpo, el café
no me sabe y el aguardiente no me quema. Soy una pila de polvo esperando a
esparcirse en el aire.
Se
acabó, se acabó y lo sé, a lo mejor si lo digo otra vez me lo pueda creer.
¡SE ACABÓ!
Es
que no puedo evitarlo María, tus ojos, tu sonrisa tersa y el dulzor de tu piel
son puñales en mi mente, mis manos te buscan en la oscuridad de la noche y caen
en un abismo de nada. Estás con él, en una casa gigante, llena de luz y flores
hermosas y acaricia tu melena suave con sus dedos sin callos para arrullarte.
Le sonríes ¡tú le sonríes a él María!
Y
yo aquí, solo y sin nada.
Juan
No hay comentarios.:
Publicar un comentario