viernes, 9 de abril de 2021

La bruja brilla de noche

 




A Carmen Ollin la mataron un veinte de septiembre. Todos supieron bien quién, pero nadie quiso decir nada, que si de algo pecamos en este rancho miserable es de silencio. Aquí se callan los dolores, aunque quemen hondo, aunque den ganas de llorar. Por eso mataron a Carmen, yo digo, porque ella no era de esas de “calladita y bonita”. La encontraron al pie de un árbol, todavía tenía su cadenita de Santo Cristo en una mano. Yo creo que su alma salió volando como garza blanca al atardecer, así era Carmencita.

Todos supimos que estaba muerta porque tenía dos noches perdida y al medio día siguiente, pudimos escuchar el grito despellejado de Doña Martha, yo estaba en el puesto y me caló bien feo. No me aguanté y empecé a llorar, mi Ma nomás me dijo “cállate pendeja que te van a oír, límpiate la cara y aguántate, aquí no se puede”. Y entonces el silencio, ese chingado silencio se hizo insoportable. Nada más Doña Martha lloraba sin consuelo. Sus gritos hacían retumbar hasta las ventanas. Ni en el sepelio nadie dijo nada, rezaban, rezaban y se veían las caras, no los fueran a oír. Y en la madrugada nomás se escuchaba a lo lejos el canto de un borracho que medio lloraba medio reía, pero pues él es hombre y si puede, nomás con que nadie lo vea de frente y a esas horas ¿quién lo iba a mirar?

A la mañana siguiente la enterramos, con hartísimas flores blancas, el aire sabía a primavera y todo parecía de nubes. Después volvimos a lo mismo de siempre y como si nada. Que la vida sigue y que no sé qué.

A la noche ya no hubo vuelta atrás. Todos lo vieron. Andaban en el novenario de Carmen, las señoras, los viejos y del Monte. Se escuchó el chiflido clarito y en el cerro con todo el fuego de sus entrañas, la Bruja.  La mirada se posó sobre ella, la mirada de todos nosotros. En ese momento fue innegable y por mucho que quisieran enterrar la verdad, no pudieron.

 La bruja ardía y revoloteaba por el cielo, su fuego sensual quemaba la milpa y los tejabanes, pude sentir su ardor iluminándome la cara, liberándome de todas mis cadenas, arrastrándome a su fuego, llamándome hacía ella. Me daba miedo, pero me encantaba al mismo tiempo, caí en la cuenta de que mis lágrimas llegaban hasta el suelo, lloraba por Carmencita, lloraba por Doña Martha y lloraba por mí, por todos los dolores acallados que traía dentro.

Todos lloraron, pero muchos sonreían, creo que todos eran igual de infelices que yo, nomás eran mejores para disimularlo. Doña Martha en ningún momento dejó de rezar, hasta que la bruja se fue a posar sobre el gallinero en la casa de del Monte, ahí sí dijo “Ay mija”. El fuego fue como un beso muy dulce, despacito y callado, hasta que no y las llamas alcanzaron las estrellas. Del Monte salió corriendo, pero ni él ni nadie pudieron sofocar ese fuego. La bruja sólo observaba plácidamente desde las alturas hasta que, entre el humo, el fuego y las sobras de la noche desapareció.

Cuando ya aluzaba la mañana lo sacaron de entre los escombros, quemado y tiznado, Arturo del Monte estaba muerto. Mentiría si dijera que no me dio gusto ver su cadáver chamuscado, yo le traía harto coraje y verlo así se supo a trago de victoria, aunque esté mal. Don Señor Del Monte lloraba y gritaba como gritó Doña Martha dos días antes ¿a qué no se siente tan bonito cuando el muerto es de uno? A mí no hay nadie que me quite de la idea, Arturo la mato a Carmen. Él nos la arrebató a todos y la Bruja lo hizo pagar con el dolor de su propia carne.

Mi Ma me pellizcó el brazo y me dijo “quita esa cara y ya métete”, porque la satisfacción se me veía hasta por encima. Pero bien que sé, que no era la única, todos ya lo sabíamos y el fuego de la bruja había desnudado la verdad, una verdad que ya no iba a ser callada. Arturo mató a Carmen y le costó caro.

El 5 de octubre era noche de luna llena, hacía frío y muy lejos se escuchaban las lechuzas. Yo recuerdo que soñaba que corría por el Sabinal, que veía la luz entre los árboles y la perseguía “llévame contigo” le gritaba, “llévame lejos”. Entonces pude escuchar su canto, su voz era dulce y al mismo tiempo filosa, me cortaba, me fileteaba bien adentro. Comenzó a sisear y yo sentí que me sonreía estiré mi mano para tocarla y desperté. Abrí los ojos en la oscuridad, pero todavía la escuchaba, su voz cantando fuera de mi ventana.

Saqué mi cabeza por el marco de la ventana. Pude verla, brillante y cálida, resplandeciendo en el cielo nocturno. En mi cabeza resonando el vozarrón de mi Ma “nomás que te salgas así te va ir” y mis tripas revoloteando “tantito”. Más me tardé en pensarlo que en lo que ya iba descalza por entre los corrales, ni siquiera sentía el frío, yo sólo me dejé llevar por la luz y se me olvidaron mis dolores, casi la pude tocar con mis manos.

Ni veía por donde iba, la luz de la bruja me hipnotizaba, me jalaba y me envolvía en su manto luminoso pa llevarme bien lejos. De seguro ha pensado que yo no soy pa quedarme sola en este rancho. Ya sentía la libertad bajo mis pies cuando azoté contra una pila de leña. Mi piel se rasgó y me astillé la espalda. Ahí lo vi, jadeando, sudando y mirándome fijo, Juan, el de los García. “a dónde crees tú que vas, así como alma en pena a media noche. Pareces loca”. Ni le contesté, me paré como pude y traté buscar la luz de la bruja, vi que estaba llegando a la nopalera camino al cerro, miré por doquier pero no la vi. Juan me jaló y trató de arrastrarme de regreso. Resistiéndome le dije “yo a ti no voy a darte explicaciones de nada ¿qué carajos te importa lo que yo haga?”. “Ya ves cómo eres, siempre bien arisca y altanera, pareces mula. Si no es porque yo te ando cuidando quién sabe qué te pudo pasar, ándale ya no seas así, vámonos que aquí está bien embrujado” dijo. “Ya te dije que yo contigo no voy a ni un lado, vete tú, no tengo ni una necesidad de que me anden cuidando y menos tú.” Contesté “ah, pero al rato que te mueras igual que la Carmela sí van andar chillando” replicó escupiendo de coraje, “yo voy y me muero donde quiera el día que me venga en gana, a ti ni te va ni te viene, eso es asunto mío”. 

Este pleito Juan García y yo lo traemos desde hace buen rato, no entiende por las buenas y por las malas menos, parece que mientras más le digo que no más se empeña en andar tras de mí. Empezó desde que yo cumplí doce y desde el principio yo he sido bien clara, a mí no me interesa, pero necio que es, todos los días pasa al puesto y saluda, le hace plática a mi Ma y le lleva un pulque a mi Pa. Todo para que a mí me digan que soy remala, que me siento como si juera de oro y que gracias via de dar que Juan me mira, porque su familia tiene hartas tierras, que porque no es nada feo, es bien trabajador y porque me quiere “bien” y me va a tener “bien”, que eso ya quisieran otras. Pos que se lo vaya a dar a esas otras que yo no quiero nada, pa que nomás me encierre y me tenga de su criada, para que yo tenga que hacer lo que él dice, además él ya está más grande, se pudo encontrar a alguien de su edad pa casarse, si no lo ha hecho a sus 25 años es por algo. “Que te vienes conmigo ¡chingada madre! Terca, terca como piedra de cueva” me gritó mientras a jalones me cargaba, sentía que sus manos me cortaban la sangre de las manos. Por mucho que pataleé y me resistí no me pude soltar, traté de gritar, el sonido no me salía, luché con mi fuerza, pero parecía inútil, parecía yo cuarterón de frijoles, es que él más alto y más fuerte.

Me dejó caer hasta el suelo, sentí mi corazón rebotando contra mis costillas, me aturdí poquito y ahí vi que no estábamos ni cerquita de mi casa, estábamos en un silo de piedra que está del otro lado de la milpa. Estaba bien oscuro y hacía frío, podía ver su silueta en la puerta, para luego cerrarla tras de sí. Traté de pararme, pero me resbalé con los forrajes de sorgo que estaban bajo mío, sentí mucho miedo, traía el corazón en cogote y las manos heladas. Lo escuché cerrar la puerta con llave y se me salieron las lágrimas, ahí ya no veía nada, sentí su mano en mi mejilla y los labios en mi oreja “ay chula contigo nunca nada es fácil, nomás porque me gusta que eres bien rejega, brava y remilgosa como tú sola”.

 Con una mano me sostuvo ambas muñecas por encima de la cabeza, me recargó contra la pila de sorgo y la otra la metió bajo mi camisón, me manoseaba las piernas, empezó a lamerme las lágrimas de la cara y sentía sus jadeos en mi cuerpo. Subió hasta mis senos y los apretujó bien fuerte hasta que pujé de dolor. Ya lo sentía trepándoseme encima, su aliento sucio, las gotas de su sudor puerco y sus labios en mi cuello, trató de besar mis labios y me volteé la cara, me agarró la mandíbula con mucha fuerza, me besó a la fuerza y me mordió la boca. Yo no dejaba de llorar, tratando de irme a otro lado, rezándole a la bruja para que bajara y quemara todo con nosotros adentro. “Nomás pa que no digas que soy malo contigo. Yo sí te quiero bien, pero mira tú lo que me haces hacer, todo por necia. Pero vas a ver que cuando nos casemos hasta te va gustar”. Y me soltó.

Abrió la puerta despacio, no se dio cuenta ni como yo salí corriendo. Corrí y corrí, sin importar que las plantas de mis pies se fueras despedazando, traía la cara roja y la panza revuelta, hasta sentí que salí del agua para tragar aire cuando vi mi ventana abierta y me metí. A esas horas ni me dolía nada, aunque me hice jirones las plantas de los pies, me sangraban los codos y la boca y mi cara una revoltura de mocos, mugre, lágrimas y saliva. Lloré y lloré y lloré hasta que las lagrimas no me salieron. Entró mi Ma, de un encabronado que no había visto nunca. Me gritó, me cacheteó y me dijo hasta de lo que me iba a morir, todo para rematar con un “¿qué pensaría Juan nomás de mirarte como vienes?” sentí que la sangre me hervía tanto que, si tocaba algo lo quemaba “Bien que sabe cómo vengo ¿pos tú quién crees que me dejó así? Ya sé, ya sé que al rato que me mate nomás va ser mi culpa, al rato me mata y de todo voy a tener la culpa yo. El santo es él, que por accidente se le va ocurrir matarme”.

Mi Ma sólo se me quedó viendo sin decir nada, se salió del cuarto y la oí hablarle a mi Pa. No mucho ni muy fuerte, todo se hizo silencio. Traía harta rabia, quería escupir y envenenarlos a todos, quería volverme fuego y quemar la casa con todos adentro, quería ver sus cráneos crujir en las llamas, quería que el veneno de mi boca quemara a Juan por dentro, sacarle los ojos y romperle todos los huesos, hacer que se tragara sus propios huevos y verlo asfixiarse con ellos. De haber podido sacarme la rabia el cuerpo acababa matando a todo el rancho.

No sé si de tanto llorar me quedé dormida, no sé si lo soñé o lo escuché de verdad, pero la oí, oí su lamento, era suave y agudo, dolorido y a la vez consolador. Percibía mi dolor, todo lo que revolvían los pedazos que quedaban de mí, dentro de mi alma. Abrí los ojos y la vi frente a mí, bellísima envuelta en luz azul, con sus manos sujetó mis hombros y lloró, lloró desde sus entrañas, sus lágrimas eran pececillos que nadaban por la negrura de la noche. Mi dolor era suyo y su llanto el mío, me hablaba sin decir palabra con el brillo de sus ojos. Era como si dijera “No estás sola”.  Se alimentó de mi dolor, se apropió de mi rabia, la hizo suya y la volvió fuego, la transformó en flamas.

“Al anochecer” dijo sin decir, “al anochecer”.

Abrí los ojos y volví a mi cama, a mi cama, a mi cuerpo. “Al anochecer” me dije en voz alta.

Ya estaba muy entrada la mañana, calenté agua en el fogón para bañarme, me sentía sucia y despellejada, me saqué las astillas de los pies, me quité las piedras encarnadas de los codos y me eché aguardiente que me escoció la boca, ni me dolía, no me dolía nada de lo que me dolía adentro, en el pecho, en las tripas. Todos me veían, pero hacían como que no estaba, que era transparente y nunca existí. Ni mi Ma, ni mi Pa ni Claudia ni Manuel, yo no estaba ya en este mundo, me pude haber evaporado a esas horas y ni así me vieran volteado a ver. Me senté en una banca en el patio, me dio no sé qué por tejer. Las pocas flores que quedaban atraían a las monarcas y a las abejas, los pájaros cantaban desde el mesquite y por momentos me sentí menos rota.

Y que cuando menos lo pienso, ese cabrón viene y se me para enfrente. “No te pongas así chula, cometimos errores. Ya no te enojes conmigo, te ves más bonita contenta”. Me quedé atónita, sentía un zumbido agudo opacándolo todo, me temblaban las manos y sentía todo el ácido de mi rabia emanando de mi cara. El calor se me bajó a las manos y yo nomás lo veía y lo miraba, es que casi no me la creo, tiene el descaro de venir a pararse frente a mí, de meterse a mi casa ¡tiene el descaro de mirarme a la cara!¡de traerme flores! El fuego me punzaba, me quemaba, me ardía. La sangre se me hizo lumbre y ya no me interesó contenerlo.

Me incendié, las manos se me prendieron y las llamas se me hicieron garras. De una bofetada dio hasta el suelo, ardió mientras yo lo miraba, mi fuego le derritió media cara, hasta que casi se le veía el hueso, así como se deshace la manteca en el fogón. Sus gritos me supieron a música, creo que hasta estaba sonriendo. El alarido dolorido violó el silencio aprisionante, así como Juan me violó mí. No importaba nada más, a penas así Juan sentía lo que él me hizo sentir a mí.

DETÉN LA OBSCURIDAD

“¿POR QUÉ SIEMPRE ME DEJAS MARIANA?” Edge of the circle No puedo ni recordar lo que me hizo, pero ahora duerme. Parece muy tranquilo, está s...